30.12.10

.


Te quiero, mi amor.
Noté tu aliento peinando mi pelo, endulzándolo con tu voz. Me llenaste con tu calor con un simple toque con tu mano. Aquí, tirados en la cama, sin hacer nada, haciendo mucho, arropados.  Haciendo lo que siempre he querido, lo que siempre he soñado: Abrazarte, sin dejarte marchar. Respirar tu olor, mi único oxígeno y saborear tu boca, como si fuera el mejor manjar de la tierra, de la vía láctea, del universo, de los demás planetas.



Me apretaste contra tu pecho cuando notaste que me removía. Te miré y vi el miedo en tus ojos, el miedo que yo tenía contigo, el miedo a perderte, a perderme, a caer en el abismo de las lágrimas, esas grandes traicioneras del alma, de la alegría, de la vida. Me besaste la nariz, suavemente, y luego sonreíste. Me apreté más contra ti, amoldándome, sin dejar pasar el aire, no quería que nada nos separara, ni una diminuta miga. Y nunca nada, ni nadie lo hará. Te lo juro. 


Susurraste un “te quiero”, solo para nosotros dos y caí dormida, acunada por ti, mi amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario